Hoooola amigos y bienvenidos un día más a La Maleta de Pauli
Hace unos meses os conté que estaba haciendo algo muy guay y que estaba siendo muy feliz. Hoy os desvelo que me ha mantenido ocupada todo este tiempo y os doy un consejo…
EMPEZAMOS
Empecé a viajar con 13 años, cuando mi padre y yo salimos de España por primera vez para ir a París. Desde ese momento me enamoré, no solo de la que se ha convertido en una de mis ciudades favoritas, sino también de la vida del viajero. Desde entonces, han pasado ya 8 años y muchos post en este blog, pero la ilusión y las ganas por descubrir mundo siguen siendo las mismas que las que tenía esa niña que cogía su primer avión.
Tal vez por esta vena viajera, antes incluso de soñar con ir a la universidad, con tener una carrera y con graduarme, soñaba con irme de Erasmus. Había visto muchos vídeos y tenía el ejemplo de mis primos mayores, que en su momento lo habían hecho, así que tenía claro que en cuanto pudiera yo también quería vivir esa experiencia.

Ese momento llegó hace unos meses, cuando emprendí mi viaje a la que sería mi nueva casa por 6 meses: Praga. Hace unos días quité las últimas cosas de la maleta y en apenas unas horas estaré entrando de nuevo por las puertas de mi facultad de siempre. Pero lo que he vivido durante estos meses y lo que me ha enseñado la República Checa y toda esa gente que he conocido allí jamás lo olvidaré.
Si tú también estás pensando en irte de Erasmus sigue leyendo, esto puede cambiarte la vida…

Antes de llegar a Praga pensaba que toda la gente que me iba a encontrar de Erasmus iba a ser parecida a mí e iba a estar allí por el mismo motivo que yo: porque les gustaba viajar y querían recorrer mundo. Sin embargo, cuando llegué descubrí que estaba equivocada.
En mi grupo de amigos había personas de todo tipo. Tenía amigos muy sociables y otros más tímidos, intrépidos y algo cobardicas, enérgicos y vagos, responsables y no tan responsables y fiesteros y tremendamente caseros. Algunos habían viajado mucho y para otros esta era su primera vez. Unos cuantos hablaban inglés a la perfección, otros muchos aún estaban aprendiendo y cada uno se había subido al avión por motivos muy distintos.


La mayor parte veían el Erasmus como una oportunidad para viajar, pero también para conocer gente, para escapar de la rutina de su día a día, para vivir por primera vez fuera de casa, para aprender idiomas o simplemente como una forma de aprobar asignaturas que tenían pendientes de la carrera de una manera más sencilla. Por ello, cada uno vivió su experiencia a su manera, dando importancia a aquello que más feliz le hacía.
Hay quien salió de fiestas todos los días y quien apenas lo hizo, hay quien recorrió media Europa y quien no puso un pie fuera de Praga, hay quien conoció a un montón de gente y quien prefirió conocer a menos personas pero más a fondo. Hay quien volvió sabiendo casi a la perfección una nueva lengua y quien no cruzó media palabra en un idioma que no fuera el suyo, hay quien fue mucho a clase y quien no conoció siquiera su facultad… pero lo que sí hicimos todos fue irnos con la sensación de haber cumplido nuestros objetivos, aunque estos fueran muy distintos unos de otros.

Porque no, el Erasmus no es para cualquier, pero tampoco lo es para unos pocos. Da igual cómo seas, de dónde vengas, cuáles sean tus aficiones y cuánto dinero tengas, porque allá a donde vayas encontrarás un sitio para ti. Harás amigos, vivirás experiencias únicas y saldrás de la maldita zona de confort que alguien inventó un día para atarnos a la rutina.



Cambiarás, crecerás y aprenderás mucho. Probablemente sientas que tu vida ha dado un giro de 360 grados, porque estas son las experiencias que te cambian la vida, pero siempre será para bien, para mejor.
Y cuando vuelvas, porque a todos nos ha dado miedo volver, todo seguirá en el mismo sitio que lo dejaste, preparado para que, si quieres hacerlo, vuelvas a ocupar tu lugar de antes. Quien te quiere estará esperándote con los brazos abiertos y tú tendrás un millón de nuevas historias que contar y compartir con los tuyos.
Saltar al vacío siempre da vértigo, e irse de Erasmus es algo así como saltar al vacío. Pero merece la pena hacerlo, con colchoneta debajo y también sin ella. Seas quien seas, estés donde estés y hagas lo que hagas hazme caso, vete de Erasmus.
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