Hola amigos y bienvenidos un mes más al blog.
Acaba el verano y toca volver a la realidad, cada vez se me hacen más cortas las vacaciones… ahora es tiempo de nostalgia veraniega y de llegar al trabajo o a las clases con ganas de contar todas las aventuras vividas en estos meses (algo bueno tenía que tener volver).
El mes pasado hablamos por última vez (al menos de momento) de Oporto, una ciudad que no ha dejado de sorprendernos calle a calle. En este caso, quería aprovechar la ocasión para traeros un post diferente.
Con todos ustedes un viaje increíble, mi primera vez viviendo fuera casa…
EMPEZAMOS
Buenas,
No sé exactamente quién eres así que supongo que escribiré como hago siempre, pensando que solo yo me estoy leyendo.
Ahora mismo estoy haciendo las maletas, aunque no siento lo mismo que la primera vez que me tocó hacerlas. Supongo que porque ahora sé exactamente a donde voy y qué me espera allí. Tal vez porque ahora tengo la certeza de que vuelvo a casa, no de que me voy.
Hace un año estaba sacando cosas de un armario para meterlas en otro, el de mi nueva casa. Había soñado muchas veces con ese momento y, ahora que había llegado, sentía algo muy distinto a lo que siempre creí que sentiría. Había llegado el momento de irme de casa, de cambiarme de ciudad y empezar una nueva vida lejos de la burbuja que tantos años había tardado en crearme.
Y allí me vi de repente, sola en un piso enorme de Santiago y a quince minutos de la famosa Catedral. No tenía ni idea de qué hacer y, por primera vez, no podía llamar a nadie para que se presentara en mi portal en apenas unos minutos. Estaba emocionada, pero tenía miedo. Lo único en lo que podía pensar era en que ese lugar, por mucho cariño que le cogiera, nunca sería mi casa.
Sin embargo y como suele pasar, la valentía venció al miedo y salí a pasear. Llegué a la conclusión de que era muy difícil sentirse seguro en un sitio desconocido, así que busqué en internet los lugares más típicos de la ciudad y me eché a andar en su busca. Cuando volví a abrir la puerta eran las 11 de la noche y mi reloj marcaba casi 30km recorridos, pero ya no me sentía tan sola ni tenía tanto miedo.
Y así fue como me enamoré de Santiago por primera vez. Digo primera porque después de aquel día no he dejado de enamorarme.
A ese día le sucedieron muchos más: el día que conocí mi universidad, el día que conocí a mis compañeros, el día que hice mis primeras amigas, el día que pisé mi primer bar, el día que fui a mi primera clase, el que me tomé mi primera caña, el que salí de fiesta por primera vez, el que me apunté a mi equipo de fútbol, el que debuté como jugadora, el que gané mi primer torneo, el que vinieron mis amigos de Coruña a verme, el que se quedaron a comer mis padres… y así un sinfín de primeras veces que se han convertido en bonitos recuerdos.
Porque Santiago me enseñó que el hogar no es un lugar, sino su gente. Y yo aquí he encontrado a la mía. He conocido personas increíbles, he descubierto lugares mágicos, he vivido experiencias nuevas y he coleccionado los mejores recuerdos.
Así que aunque hoy estoy haciendo las maletas de la misma forma que las hice hace un año, todo es muy diferente. Hoy siento que me voy de una casa para meterme en otra y esa es una sensación increíble. Porque al final la vida consiste en ser feliz y en rodearte de personas que te quieren, consiste en encontrar tu pequeño lugar en este mundo tan grande.
Y yo tengo la suerte de decir que no tengo una casa, sino dos.

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